jueves, 12 de febrero de 2009

Reflejos.


A solas y ya en mi habitación lo recuerdo. Lo veo a mi lado nuevamente, la sonrisa cálida y dulce la mirada. Recuerdo el olor a tabaco que escapa de su boca y sonrío. Cómo quisiera poder, al extender los brazos, tomarle la cintura, sentir el calor de su cuerpo contra el mío, sentir sus mejillas, en las que la barba apenas si es promesa, contra mi boca ardiente de caricias: sentirle palpitar entre mis brazos cuando, muy suavemente, le susurro en el oído mi ternura y mi deseo.
Pero esta soledad de ahora es tan exacta como la imagen que de él evoca la memoria, y en ella el recuerdo de su cuerpo se repite, eco de esa voz que ahora se me escapa para siempre? Y he de esconder entonces las manos para evitar que se quiebren cual palomas angustiadas, y me he de morder los labios para ahogar el gemido que al escapar me desgarra la garganta, y en el vacío de esta habitación a solas sólo puedo dejarme caer sobre la cama, vacía ahora, mientras la memoria se desnuda más y más de su recuerdo hasta quedar únicamente este dolor que me atravieza con su rabia y con su angustia, con su temor, con su impotencia.

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